Concebimos al deporte no desde su aspecto estrictamente competitivo, que
promueve rivalidades y enfrentamientos, sino como un espacio de
encuentro con uno mismo y con los demás, una herramienta de
sociabilización que va desarrollando aptitudes físicas y psicológicas:
superación, voluntad, creatividad, solidaridad, control del cuerpo,
fuerza, velocidad, destreza, respeto, reconocimiento de límites,
lealtad, inteligencia, hidalguía...
Pero en la práctica deportiva pueden
aparecer también temores, enojos, intolerancia, bullying, egoísmo,
soberbia o cobardía, entre otras ruindades. Por eso resulta fundamental
desarrollar habilidades que se tornen actitudes en la vida diaria. “Se
juega como se vive”, reza el adagio. Resulta vital valorar los triunfos
que dan sentido a los sacrificios del entrenamiento periódico, tanto
como las lecciones que dejan las derrotas para regular la autoestima,
neutralizar las fantasías omnipotentes y superar frustraciones. |